9 de diciembre de 2013

Máscara

Desde siempre me han gustado las máscaras. Forman parte de ese conjunto de cosas fascinantes que tienen su propio tipo de magia.

Una máscara es una persona. Lo que uno enseña de uno mismo. Y al mismo tiempo es algo que no es, que no existe. Un fantasma y una proyección.

Cuando era pequeña, una actividad recurrente en el aula de plástica era la creación de máscaras vivas. Nos poníamos en parejas, y el compañero iba creando la máscara de yeso de tu rostro con venda de yeso. Poníamos una tira sobre otra de yeso, encima del rostro del compañero. Y al final teníamos una máscara de nuestras caras para pintar. La máscara de nuestra persona se va creando del mismo modo, tira a tira y capa a capa. Se construye con nuestros deseos y con las expectativas de los demás. Y es que las máscaras no sólo te las pones tú, si no que también te las impone tu entorno.

Construimos nuestra máscara cada vez que modulamos conscientemente lo que decimos y pensamos. Cada vez que queremos parecer más accesibles, más simpáticos, más distantes, más inteligentes, más espirituales... Cada vez que detectamos que alguien nos quiere más soeces o más refinados, más leídos, más activos... y nosotros nos plegamos a esa voluntad.

Y cada vez que construimos máscara, nos escondemos más a nosotros mismos. Olvidamos un poquito quienes somos, nos alienamos.

Somos personas integras más allá de esa persona proyectada. Más allá de la máscara, tenemos personalidad y valor. Conocerse a uno mismo, tal y como aconsejaba la inscripción del Oráculo de Delfos, pasa en gran parte por conocer cómo y con qué hemos construido nuestras máscaras. Cuando y cómo las usamos. Y cuando no debemos usarlas.

Cuando nos dirigimos a lo divino lo que creemos de nosotros mismos, lo que queremos que los demás crean o lo que el mundo espera carece de importancia. Cuando nos dirigimos a lo divino, lo importante es el centro, la parte desnuda y real de nosotros mismos. Lo que hay detrás de toda máscara.  Esa es, creo, una de las razones profundas y no normalmente explicadas de la desnudez ritual de algunas tradiciones.

Y aún así la máscara tiene una magia más. Es una herramienta de anulación de la personalidad. Si lo que vamos a hacer es ser vehículos de otros, nuestra personalidad carece de importancia. Y usar máscaras puede facilitar el proceso de anulación/asimilación de aquel con el que queremos conectar. Así, nos vestimos con el fantasma de otro para dejar de ser nosotros mismos. Rebajamos la exigencia de nuestra autorresponsabilidad, tal vez. Y jugamos al escondite con nosotros mismos.

Yo intento conocer mi máscara. Está hecha de muchas máscaras y en algunas partes ha sido rota y vuelta a pegar. ¿Cómo veis vosotros las vuestras?

No hay comentarios:

Publicar un comentario